sábado, 25 de febrero de 2017

Filtro

Como la burbuja que explota ante el mínimo roce, las palabras que quiero escribir pierden sensación si son pensadas antes y no inmediatamente volcadas en papel. Por fin pude dejar de evitar explotar la burbuja cuando se liberó un asiento del 59, y logré sentarme a escribir y explotarla de la forma en que yo quería que explotara.
Venía pensando en el estado de ánimo que significaba  tomar una coca en botella de vidrio al sol cuando escucho murmurar a una mujer en la parada del colectivo de la linea antes mencionada. Creí que hablaba sola hasta que me percaté de que comentaba una situación que estaba observando unos metros mas adelante. Una señora tirándole del pelo fuerte y agresivamente a un chico de no mas de dos años, que, sentado en el piso de la vereda, se resistía a segur caminando. No me gustó para nada lo que había visto, pero no me había producido ni la mitad de la angustia que me produjo el siguiente acto. La señora en cuestión agarro el celular y empezó a filmar al niño. Podía asegurar que estaba haciendo una historia para instagram, porque podía ver como mantenía apretado el botón del centro mientras el niño lloraba y ella, en un tono menos agresivo y sin tirarle del pelo, le decía que se levante. La piel se me erizó y no pude evitar pensar cuántas cosas eso significaba. 
No sé. Ante mis ojos era siniestro. La angustia sin fin del niño encaprichado, la señora que haría publico ese estado. La mentirosa forma en que trataba al niño, diferente a la que había tenido minutos antes. El inexistente deseo de realmente calmarlo. Lo virtual por sobre la real, la mentira por sobre el amor, un show debajo de otro show. Frivolizado, golpeado y aplastado todo. No podía ni imaginar que pondría esa mujer en la historia de su red social. "Está endemoniado" tal vez, o "Dios dame paciencia!" probablemente. O quizás simplemente lo adornaba con un filtro blanco y negro, que lo disfrazara de lo que no era (si es que podía ser más disfrazado aún). Y el niño, arrastrado. Arrastrado por la calle, arrastrado por instagram, arrastrado por su inocencia, arrastrado por su incapacidad de entendimiento. Que por qué esa señora lo apuntaba con el celular mientras el lloraba y por qué  de un momento para otro su tono de voz para con el había cambiado, seguramente nunca se lo preguntaría. No lo recordaría. Pero quizás, muy probablemente, la tildaría de egoísta y de falsa. Se pelearía, se revelaría, se angustiaría y se encapricharía como a los dos, pero esta vez encerrado en su cuarto, con rock nacional de fondo y olor a chivo en las axilas. Y la señora para ese entonces se iría a hacer las manos y los pies a la peluquería una vez por semana. Y seguiría sin ocuparse de el. Y luego de cada portazo, correría al teléfono para contarle a sus amigas qué tan maravillosa era su vida y qué tan mal le había pegado la adolescencia a su hijo.