El cielo azul, completamente despejado. El jacaranda radiante, que contrasta con el verde del árbol de atrás. El olor a verano, que es olor a playa, a tiempo libre, a descanso. El ruido de la manguera de la mujer que riega el patio de abajo, que tiene olor a todo eso. Todo tan puro, tan quieto, tan lindo y tan vida. La yerba está puesta en el mate pero todavía no vertí el agua. Aún así, con ese olor a tranquilidad y ese ruido a compañía, puse música. Supongo que todo eso es suficiente cuando no tenés miedo de vos, pero como no era el caso, puse música. Quizás opacaba el ambiente, pero eso no me importaba. No tanto. Igual estaba ahí, al borde del disfrute, al borde de vivir esos momentos en los que uno se da cuenta de que esta vivo y de qué lindo es estarlo. Casi. Me acordé de esos tragos a los que les ponen azúcar en el borde del vaso, a modo de decoración, en los que por lo general te encontrás con una bebida amarga. Pensé en la posibilidad de un azúcar muy muy amargo y una bebida dulce, probablemente dulce, pero difícil de llegar a apreciar. Agarro el termo. La puta madre, el cosquilleo en los dedos. Hago como que no lo siento y me sirvo, respirando ese olor que ya es a una tranquilidad asquerosa. Mientras sostengo el mate, el cosquilleo en los dedos parece sentirse un poco menos. Pienso que el movimiento lo hace mayor, entonces me recuesto en la silla, con el mate aún sin probar, contemplando nuevamente el cielo. La expresión de mi cara ahora es tan falsa que duele. Esbozo una sonrisa por dentro y pruebo el mate. Estaba rico. La puta madre. ¿Por qué estaba rico?. El cosquilleo aumenta. El cosquilleo espía, el cosquilleo amaga y el cosquilleo duele. Como lo dulce y lo amargo. Revuelto, esparcido, indiferenciado; la mezcla es peor.
domingo, 11 de diciembre de 2016
domingo, 10 de julio de 2016
No puedo imaginar una ola capaz de tapar un edificio
Mi mente abraza todos los cuerpos presentes en el aula. Los cuerpos y las mentes. Lo quiere agarrar todo. No alcanza con las personas del aula, ahora busca agarrar las calles, los autos y los árboles. Pero tampoco alcanza. Quiere tener el pais, el mundo y el infinito. Estiro los brazos pero es imposible. El pecho va a estallar, lo estoy sintiendo. Los brazos están demasiado estirados y aun así no llegan a comprender todo. Es que ni siquiera sé qué es eso (empeoro). Si no tengo el infinito me muero. Quiero conocerlo todo porque no entiendo y no entender me desespera. Y si me desespero me muero. O siento que muero, que es casi lo mismo (peor). Quiero que todo lo que existe también exista para mí. Que todo lo que puede ser, sea, delante mio. Quiero abarcarlo todo, no por el hecho de tenerlo, sino porque no entiendo. El problema es que busco entender todo y el todo no está nunca.
Quizá sea solo ansiedad. Sí, quizá no sea nada (o no sea Todo).
jueves, 21 de abril de 2016
Que no haya
Solo una vez me pareció encontrar una
situación que explicó, por un momento, algo de lo que me pasaba.
Escuchaba una canción de amor hermosa, escuchaba una canción de
amor triste. Pero no tenía en quien pensar; no a quien
“dedicársela”. Sí, claro, dedicársela entre comillas. Pero no,
ni siquiera con el pensamiento. Era tan extraño… la sentía, me
tocaba, me erizaba la piel; me hacía vivirla. Sin embargo nunca
había vivido algo así, ni había estado cerca de eso. Me atravesaba
una suave pero intensa mezcla de placer y vacío: tan difícil como
imaginar juntos estos opuestos era mi sensación (porque sí, una
sensación también puede ser difícil). Quería sentir lo que esa
canción me hacía sentir y nunca había sentido.
La canción (o la historia) me hacía
llorar más que sonreír, me golpeaba más que acariciarme, me
sacudía más que abrazarme. Y, sin embargo, me gustaba. Entonces
pensé: quizás necesito que me golpeen, que me sacudan, que me hagan
llorar.
Es
que no importaba que la historia fuera triste: era una historia, y
con eso bastaba.
No tengo espacio para tanto vacío.
Y
las ganas, a veces, duelen.
miércoles, 6 de abril de 2016
3 pesos
Ese
día sentía que iba a ser mi día. Una vez más me presentaba a un
casting, una vez más lo intentaba, una vez más todas mis ilusiones
puestas en él. De una vez, por fin, sentía que iba a lograrlo.
Raramente me desperté con hambre. Me preparé café con leche y
tostadas, como si fuera cosa de todos los días desayunar. Ya
vestida, me miré al espejo y observé mi pelo: caos. Me reí. Así,
despeinada como estaba, con las ojeras sin tapar y las tostadas en mi
estómago, me sentía bien. Algo bueno iba a pasar, lo sentía en las
entrañas. Ese día iba a ser mi día.
Pero
no lo fue. La escena salió terrible. Me olvidé la letra, las
palabras salían extremadamante forzadas de mi boca, y al momento de
llorar sólo hice ruido. ¿Por qué? Si en casa me salía tan bien...
¿Por qué? Si ese dia iba a ser mi día.
Pero
no lo fue. Definitivamente no. Me amargue sólo un poco. Ya estaba
acostumbrada. Por lo menos me había levantado distinta. Dispuesta.
Por lo menos lo había intentado.
Salí
del lugar en cuestión y decidí entrar a un restaurant ubicado en
una esquina sobre la avenida Las Heras. Nada como un buen plato para
sacar la amargura, pensé.
Durante
el almuerzo no me acordé ni un segundo del casting fallido. El
televisor con el noticiero de fondo relatando la detención de Lázaro
Baez se encargaba de entrecortar mis pensamientos acerca de la señora
de al lado, que discutía con el mozo porque hacía más de media
hora que le había pedido un tostado, y encima de tarde, le había
llegado sin queso. En la mesa de mi otro costado dos adolescentes
hablaban del like de Justin Bieber en Instagram al
video del tan polémico Donald Trump, precandidato a presidente de
los Estados Unidos. Y, en frente, otro televisor, pero éste
transmitiendo el aumento de tarifa en los transportes a partir de los
próximos días. Los mozos se veían fastidiados. Dos de ellos
miraban hacia este último y regañaban mientras que el otro esperaba
que se rehiciera el tostado de la señora, con la misma expresión en
el rostro que los anteriores. ¿Yo? Comía y miraba casi todo a la
vez.
Por
un momento sentí que se me helaba una parte de la cabeza. No le di
bolilla. Seguí comiendo, en medio de todas esas personas, imágenes
y voces, mirando, interrumpida de vez en cuando por un pensamiento
que acotaba internamente algo sobre las situaciones que estaba
presenciando. Y por el conductor del noticiero de atrás, que parecía
tenerlo hablándome al oído derecho.
Pedí
la cuenta. Cientocincuenta y dos. Pagué con doscientos. El mozo me
trajo cincuenta de vuelto y me dijo que no me preocupara por esos dos
pesos que le debía. Le agradecí. Tomé mi billetera con la
intención de agarrar algunos billetes de dos, pero solo tenia uno de
cien. ¿Y la propina? No quería irme sin dejarle algo. Busqué y
busqué. No encontraba. ¿Cómo podía ser? Si siempre tenía
billetes de dos. ¿Cómo? Si en casa había varios.
Finalmente
encontré una moneda de dos y una de uno. Ni siquiera eran tres pesos
de propina, porque dos, como les dije, eran parte de la cuenta. Pero
bueno, qué podía hacer. Apoyé las tres monedas sobre la mesa. Por
un momento me sentí agotada. Como si hubiera sido la señora que aun
no recibía su tostado, el conductor presentando las noticias, los
mozos hartos de todo eso y las adolescentes que ahora discutían el
por qué del accidente automovilístico del cantante de Tan Biónica.
Pensé que cuando no estaba metida en mis pensamientos, me metía en
los de los demás. Bien adentro.
Agarré
el bolso y me levanté, no sin antes mirar las 3 monedas sobre el
ticket de la mesa.
martes, 5 de abril de 2016
"Sonríe, te estamos filmando"
Lo que vengo a explicar, quizá para plasmar mis sentimientos y no para que ustedes los entiendan, es
una sensación que yo llamo sonríe-para-la-foto. Vendría a ser algo
así como estar en pose todo el tiempo. Cada día, cada minuto, cada
segundo. Sí, en pose. Camino por la calle cuidando la postura,
mirando las baldosas sueltas para no tropezar, intentando hacerlo de
manera femenina pero a su vez relajada y despreocupada. Me preguntan
algo, intento ser coherente y clara, me preocupo por adornar la
respuesta para que me entiendan y dar una buena imagen. Rindo un
examen, intento demostrar todo lo que sé y lo bien que puedo
expresarme. Y, siempre, poso para la foto. Porque mientras se viva en
comunidad, siempre van a existir ojos, pequeños “lentes de cámara”
que te observan y te juzgan, listos para disparar el flash (que a
veces resulta ensegecedor). Así los siento. Porque todo el tiempo te
están sacando fotos y opinando sobre ellas. Y es agotador. Las caras
comienzan a ser siempre las mismas, la sonrisa después de un tiempo
te empieza a temblar, y los flashes tarde o temprano te encandilan.
Y sí, siempre estarán aquellos que
toman las fotos cuando estás en pose. Pero bueno... también estarán
los que se detengan en vos una vez que la foto haya sido tomada.
Siempre me gustaron más las fotos espontáneas. Pero yo no me banco el escrache.
lunes, 4 de abril de 2016
Náuseas
Mi
mundo era mi cabeza. Por eso ya no podía habitar el real. En mi
cabeza pasaba todo. Lo bueno, y lo malo.
Cuando
pasaba lo malo, era terrible. Me consumía toda. Nada malo había
hecho y nada malo había pasado. Eran solo voces, pero me aturdían,
y no siempre tenía la fuerza suficiente como para callarlas o que no
me hicieran llorar.
Cuando
pasaba lo bueno, pensé que sería mejor. Pero por qué iba a serlo,
si tampoco era real. Sólo daba cuenta de lo que no tenía, de lo que
no pasaba. Una vez que salía de ahí: la nada. Un vacío con tanto
gusto a nada que daba náuseas.
Entonces
había en mí agotamiento y tristeza. Y por último, lo peor:
resignación. Soñar despierta, mi peor tortura. Fueran pesadillas o
lo más hermoso. Soñar despierta. Soñar...DESPIERTA!
Necesitaba un sabor. No exigía que
fuera dulce como a mi me gusta. Ácido, picante, amargo... Cualquier
sabor de algo que se ingiere, cualquiera. Pero no. Náuseas. Sólo
náuseas. Me sentía mal, pero me era imposible vomitar. Y es
lógico...
¿Quién vomita lo que nunca ingirió?
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