domingo, 11 de diciembre de 2016

Agridulce

El cielo azul, completamente despejado. El jacaranda radiante, que contrasta con el verde del árbol de atrás. El olor a verano, que es olor a playa, a tiempo libre, a descanso. El ruido de la manguera de la mujer que riega el patio de abajo, que tiene olor a todo eso. Todo tan puro, tan quieto, tan lindo y tan vida. La yerba está puesta en el mate pero todavía no vertí el agua. Aún así, con ese olor a tranquilidad y ese ruido a compañía, puse música. Supongo que todo eso es suficiente cuando no tenés miedo de vos, pero como no era el caso, puse música. Quizás opacaba el ambiente, pero eso no me importaba. No tanto. Igual estaba ahí, al borde del disfrute, al borde de vivir esos momentos en los que uno se da cuenta de que esta vivo y de qué lindo es estarlo. Casi. Me acordé de esos tragos a los que les ponen azúcar en el borde del vaso, a modo de decoración, en los que por lo general te encontrás con una bebida amarga. Pensé en la posibilidad de un azúcar muy muy amargo y una bebida dulce, probablemente dulce, pero difícil de llegar a apreciar. Agarro el termo.  La puta madre, el cosquilleo en los dedos. Hago como que no lo siento y me sirvo, respirando ese olor que ya es a una tranquilidad asquerosa. Mientras sostengo el mate, el  cosquilleo en los dedos parece sentirse un poco menos. Pienso que el movimiento lo hace mayor, entonces me recuesto en la silla, con el mate aún sin probar, contemplando nuevamente el cielo. La expresión de mi cara ahora es tan falsa que duele. Esbozo una sonrisa por dentro y pruebo el mate. Estaba rico. La puta madre. ¿Por qué estaba rico?. El cosquilleo aumenta. El cosquilleo espía, el cosquilleo amaga y el cosquilleo duele. Como lo dulce y lo amargo. Revuelto, esparcido, indiferenciado; la mezcla es peor. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario