miércoles, 6 de abril de 2016

3 pesos

Ese día sentía que iba a ser mi día. Una vez más me presentaba a un casting, una vez más lo intentaba, una vez más todas mis ilusiones puestas en él. De una vez, por fin, sentía que iba a lograrlo. Raramente me desperté con hambre. Me preparé café con leche y tostadas, como si fuera cosa de todos los días desayunar. Ya vestida, me miré al espejo y observé mi pelo: caos. Me reí. Así, despeinada como estaba, con las ojeras sin tapar y las tostadas en mi estómago, me sentía bien. Algo bueno iba a pasar, lo sentía en las entrañas. Ese día iba a ser mi día.
Pero no lo fue. La escena salió terrible. Me olvidé la letra, las palabras salían extremadamante forzadas de mi boca, y al momento de llorar sólo hice ruido. ¿Por qué? Si en casa me salía tan bien... ¿Por qué? Si ese dia iba a ser mi día.
Pero no lo fue. Definitivamente no. Me amargue sólo un poco. Ya estaba acostumbrada. Por lo menos me había levantado distinta. Dispuesta. Por lo menos lo había intentado.
Salí del lugar en cuestión y decidí entrar a un restaurant ubicado en una esquina sobre la avenida Las Heras. Nada como un buen plato para sacar la amargura, pensé.
Durante el almuerzo no me acordé ni un segundo del casting fallido. El televisor con el noticiero de fondo relatando la detención de Lázaro Baez se encargaba de entrecortar mis pensamientos acerca de la señora de al lado, que discutía con el mozo porque hacía más de media hora que le había pedido un tostado, y encima de tarde, le había llegado sin queso. En la mesa de mi otro costado dos adolescentes hablaban del like de Justin Bieber en Instagram al video del tan polémico Donald Trump, precandidato a presidente de los Estados Unidos. Y, en frente, otro televisor, pero éste transmitiendo el aumento de tarifa en los transportes a partir de los próximos días. Los mozos se veían fastidiados. Dos de ellos miraban hacia este último y regañaban mientras que el otro esperaba que se rehiciera el tostado de la señora, con la misma expresión en el rostro que los anteriores. ¿Yo? Comía y miraba casi todo a la vez.
Por un momento sentí que se me helaba una parte de la cabeza. No le di bolilla. Seguí comiendo, en medio de todas esas personas, imágenes y voces, mirando, interrumpida de vez en cuando por un pensamiento que acotaba internamente algo sobre las situaciones que estaba presenciando. Y por el conductor del noticiero de atrás, que parecía tenerlo hablándome al oído derecho.
Pedí la cuenta. Cientocincuenta y dos. Pagué con doscientos. El mozo me trajo cincuenta de vuelto y me dijo que no me preocupara por esos dos pesos que le debía. Le agradecí. Tomé mi billetera con la intención de agarrar algunos billetes de dos, pero solo tenia uno de cien. ¿Y la propina? No quería irme sin dejarle algo. Busqué y busqué. No encontraba. ¿Cómo podía ser? Si siempre tenía billetes de dos. ¿Cómo? Si en casa había varios.
Finalmente encontré una moneda de dos y una de uno. Ni siquiera eran tres pesos de propina, porque dos, como les dije, eran parte de la cuenta. Pero bueno, qué podía hacer. Apoyé las tres monedas sobre la mesa. Por un momento me sentí agotada. Como si hubiera sido la señora que aun no recibía su tostado, el conductor presentando las noticias, los mozos hartos de todo eso y las adolescentes que ahora discutían el por qué del accidente automovilístico del cantante de Tan Biónica. Pensé que cuando no estaba metida en mis pensamientos, me metía en los de los demás. Bien adentro.
Agarré el bolso y me levanté, no sin antes mirar las 3 monedas sobre el ticket de la mesa.

Otra vez sentí helarse una parte de mi cabeza, pero esta vez acompañada de un sentimiento de angustia. Me consolé pensando que por lo menos había buscado y había dado todo lo que tenía. Bueno, plata tenía, pero necesitaba billetes de dos. Bueno, sí, no había dado todo lo que tenía, pero porque los cien pesos no servían de nada si no tenía cambio. Bueno, sí, tenía, pero había quedado todo en casa. 

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