Mi
mundo era mi cabeza. Por eso ya no podía habitar el real. En mi
cabeza pasaba todo. Lo bueno, y lo malo.
Cuando
pasaba lo malo, era terrible. Me consumía toda. Nada malo había
hecho y nada malo había pasado. Eran solo voces, pero me aturdían,
y no siempre tenía la fuerza suficiente como para callarlas o que no
me hicieran llorar.
Cuando
pasaba lo bueno, pensé que sería mejor. Pero por qué iba a serlo,
si tampoco era real. Sólo daba cuenta de lo que no tenía, de lo que
no pasaba. Una vez que salía de ahí: la nada. Un vacío con tanto
gusto a nada que daba náuseas.
Entonces
había en mí agotamiento y tristeza. Y por último, lo peor:
resignación. Soñar despierta, mi peor tortura. Fueran pesadillas o
lo más hermoso. Soñar despierta. Soñar...DESPIERTA!
Necesitaba un sabor. No exigía que
fuera dulce como a mi me gusta. Ácido, picante, amargo... Cualquier
sabor de algo que se ingiere, cualquiera. Pero no. Náuseas. Sólo
náuseas. Me sentía mal, pero me era imposible vomitar. Y es
lógico...
¿Quién vomita lo que nunca ingirió?
No hay comentarios:
Publicar un comentario