Solo una vez me pareció encontrar una
situación que explicó, por un momento, algo de lo que me pasaba.
Escuchaba una canción de amor hermosa, escuchaba una canción de
amor triste. Pero no tenía en quien pensar; no a quien
“dedicársela”. Sí, claro, dedicársela entre comillas. Pero no,
ni siquiera con el pensamiento. Era tan extraño… la sentía, me
tocaba, me erizaba la piel; me hacía vivirla. Sin embargo nunca
había vivido algo así, ni había estado cerca de eso. Me atravesaba
una suave pero intensa mezcla de placer y vacío: tan difícil como
imaginar juntos estos opuestos era mi sensación (porque sí, una
sensación también puede ser difícil). Quería sentir lo que esa
canción me hacía sentir y nunca había sentido.
La canción (o la historia) me hacía
llorar más que sonreír, me golpeaba más que acariciarme, me
sacudía más que abrazarme. Y, sin embargo, me gustaba. Entonces
pensé: quizás necesito que me golpeen, que me sacudan, que me hagan
llorar.
Es
que no importaba que la historia fuera triste: era una historia, y
con eso bastaba.
No tengo espacio para tanto vacío.
Y
las ganas, a veces, duelen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario